Desde bien pequeños nos acostumbran a celebrar las fechas señaladas. Sería impensable que una madre o un padre se olvidaran del cumpleaños de su hijo, del primer día de cole, de la fiesta de fin de curso o del día de su primera comunión y sería también impensable que no lo compartiesen con familiares y amigos. Desde bien pequeños recibimos elogios por cosas tan insignificantes como comernos todo, ponernos un calcetín, hacer pipí en el baño o escribir nuestro nombre en un dibujo personal y abstracto.
De forma inesperada todo lo que en su día nos inculcaron se borra y, según nos vamos haciendo mayores, la memoria cae en el olvido y las alabanzas también. No es común entre adultos, compartir sentimientos, sobre todo si son positivos, participando a los demás que les admiramos: por lo que hacen o cómo lo hacen o simplemente por ser como son. Suele ser habitual, con el paso del tiempo, el caer en la monotonía, dejando de lado las celebraciones y el escudarse en la falta de tiempo y en la celeridad que se ha instalado en nuestras vidas, para no recordar aniversarios.
Sin embargo a mi me sigue emocionando que mi marido me regale flores el día de San Valentin, y que venga cargado con ellas por la calle ante la mirada curiosa de algunos, de aprobación de otros (otras, por regla general), de admiración de los menos y de sorpresa de alguno que no sabe ni en qué día vive; y me enternece su actitud porque sabe que me gusta, y eso se lo quiero agradecer.
También quiero dar las gracias a todos aquellos que recuerdan mis fechas señaladas (las buenas y las malas), a los que se preocupan por mi, a los que me regalan día a día su afecto y cariño, a los que me animan a continuar, a los que me motivan y me dan ideas nuevas, a los que me apoyan y me siguen.
No quiero caer en la rutina de lo cotidiano y olvidarme de decir cosas que siento, así que siéntete aludido y por si no te lo he dicho aún, que sepas que te quiero y que puedes contar conmigo. Te lo digo a ti amigo, a ti hijo, a ti padre, a ti madre, a ti hermano, a ti compañero de viaje.
De forma inesperada todo lo que en su día nos inculcaron se borra y, según nos vamos haciendo mayores, la memoria cae en el olvido y las alabanzas también. No es común entre adultos, compartir sentimientos, sobre todo si son positivos, participando a los demás que les admiramos: por lo que hacen o cómo lo hacen o simplemente por ser como son. Suele ser habitual, con el paso del tiempo, el caer en la monotonía, dejando de lado las celebraciones y el escudarse en la falta de tiempo y en la celeridad que se ha instalado en nuestras vidas, para no recordar aniversarios.
Sin embargo a mi me sigue emocionando que mi marido me regale flores el día de San Valentin, y que venga cargado con ellas por la calle ante la mirada curiosa de algunos, de aprobación de otros (otras, por regla general), de admiración de los menos y de sorpresa de alguno que no sabe ni en qué día vive; y me enternece su actitud porque sabe que me gusta, y eso se lo quiero agradecer.
También quiero dar las gracias a todos aquellos que recuerdan mis fechas señaladas (las buenas y las malas), a los que se preocupan por mi, a los que me regalan día a día su afecto y cariño, a los que me animan a continuar, a los que me motivan y me dan ideas nuevas, a los que me apoyan y me siguen.
No quiero caer en la rutina de lo cotidiano y olvidarme de decir cosas que siento, así que siéntete aludido y por si no te lo he dicho aún, que sepas que te quiero y que puedes contar conmigo. Te lo digo a ti amigo, a ti hijo, a ti padre, a ti madre, a ti hermano, a ti compañero de viaje.
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