Mi pequeño Osito

MUDITO NENE

   Estoy viejo, pero no lo soy tanto. Aquí, arrinconado en mi cama, me siento muy sólo; a mi alrededor los “otros” mudos igual que yo, inmersos en sus recuerdos. No entra apenas luz, por la pequeña rendija de la persiana, a medio bajar, intuyo la estrella de nuestros deseos y la luna que debe estar a punto de salir.

   Tenemos pocas visitas; a veces me caigo y permanezco en el suelo varias horas sin que nadie se percate de que estoy ahí, vuelto casi del revés. A la mañana siguiente, una vez echa la cama, me atusan y otra vez me arrinconan entre cojines. El cuarto, de día es igual de triste, en la mesa de estudio, que antes fue de juegos, una pantalla negra de ordenador que ya no se enciende, no hay revolución de papeles, apuntes, ni bolígrafos. En las paredes, que tuvieron un alegre color rosa, se muestran las huellas de un cuadro que te llevaste. De la puerta se descolgó tu nombre, en las estanterías –vacías de libros- sólo quedan algunas fotos, pero sus imágenes me hacen rememorar tiempos felices y sentirme más triste y cansado.

   Mi primer recuerdo eres tú, Mi Niña, en tu cunita amarilla. Ambos tan chiquititos y asustados. Me interrogabas con tus grandes ojos azules que parecían decirme: -que haces ahí?, de donde has salido?, que raro eres, y qué orejas más grandes tienes, yo las tengo así?. Querías cogerme, pero tus manitas, débiles aún, no podían atraparme, y yo lo agradecía porque eras bastante torpona: no podías casi moverte, así te dejaban, así te quedabas, y llorabas de una forma que asustaba, ¡qué griterío!, despertabas a cualquiera de su mejor sueño, varias veces durante la noche. Tu mirada curiosa chocaba con la mía y ante la expectativa de pasar allí muchas horas, empecé a sonreirte, tú me devolvías la mueca, empezábamos a conocernos. Pronto pudiste alcanzarme, exploraste mi cuerpecito suave, me mordisqueaste y debí caerte bien, porque desde ese día no quisiste separarte de mi.

   Pasamos a una cuna mucho más grande, de sábanas rosas, con las que cada noche me arropabas, ya no te despertabas desaforada, porque yo me encontraba junto a ti y te daba calor, consuelo y cariño; empezamos a dormir de un tirón ¡que alivio!.

   Aprendimos a sentarnos, que ya era todo un hito, y gateé por tus hombros cuando me llevabas a caballito. A andar no he aprendido como tú, pero me llevabas montada en tu andador o de la mano y así descubrimos cada rincón y cada cajón de la casa. ¡Que divertido investigarlo todo!. A veces me sacabas de paseo y otras me sentabas en tu regazo a ver Blancanieves, tú película favorita.

   Alguna vez estuviste malita, no muchas a decir verdad, y yo te acompañé en cada convalecencia y cuando te caías y llorabas, me llevabas a tu pecho y me apretabas con fuerza para que aliviase tu tristeza; igual cuando desapareció tu otro compañero de noche, el chupete, llorabas como un bebé… entonces, se me ocurrió meter mi manita en tu boca y a hacerte cosquillas, reí y reíste conmigo, acabamos rendidos y nos abatió el sueño.

   ¡Que abrazos tan dulces nos hemos regalado! Si tocaba baño, procurabas que estuviese sequito a la hora de dormir y aún húmedo me arropabas entre tus sábanas a escondidas.

   Nuestra primera separación se produjo el día que comenzaste el colegio, te eché mucho de menos, así que al siguiente día me colé en tu mochila y al sacar el almuerzo descubriste que estaba allí. Mi presencia te llenó de alegría, me enseñaste a todos tus compañeros, se armó tanta algarabía que tu profesora te pidió que me presentarás a ella.
-Debes de quererle mucho, -te dijo-, sin embargo no puedes traerlo a la escuela.
Tú empezaste a sollozar y la profesora intento calmarte, me agarró ella misma por las orejitas e introduciéndome de nuevo en tu mochila, prosiguió:
-aquí tienes muchos amiguitos y no necesitas a este muñeco de trapo.

   ¡Muñeco!, muñeco de trapo, me llama?. Yo soy mucho más que eso, la niña me dio un nombre (yo no soy anónimo), le doy consuelo, le ayudo a coger el sueño, soy su compañero de juegos y quiero seguir acompañándole cada día ¡no me lo impidan por favor!… pero no escucharon mis súplicas y las tuyas tampoco y así aprendimos que hay unas reglas que cumplir, y no volví a acompañarte a clase.

   Como nuestro dormitorio, era ahora mucho más grande, se llenó de juguetes y muñecos que me hacían buena compañía durante tu permanencia en la escuela, aún así, cada tarde, esperaba ansioso tu regreso, ¡ya está aquí la niña!... y, de nuevo juntos, comenzaba mi día: seguías leyéndome cuentos, cada día más largos, a veces me echaba un “sueñecito” pero no te dabas cuenta; me sentabas a tu lado cuando pintabas, o encima de la mesa al hacer los deberes.

   El tiempo fue pasando rápido para ti y muy lento para mí, tus ausencias se hicieron más largas, los minutos se hicieron horas, hasta que ya no hubo día, ni juegos, ni lectura y solo de noche compartías conmigo tus sueños.

   Surgieron otros amigos, otras diversiones y otros consuelos… Se acabó tú inocencia, dejaste de creer que aquella vaca mala se comiera tu chupete, que las estrellas conceden deseos y que yo fuera tu tabla de salvación a la que aferrarte cada noche. Me volví anticuado y ante tus ojos afloraron las arrugas, que el paso de los años y la dedicación que te presté, me fueron dejando; descolorido y feo fui apartado del lugar privilegiado que tuve y quedé relegado a los pies de tu cama, junto a otros peluches, todos inmóviles, entre la ropa del día anterior.. Yo intentaba llamar tu atención, pero ya no necesitabas mi abrazo para conciliar el sueño. Cansado de llamarte, de solicitar tu cariño sin obtenerlo, enmudecí y me hice invisible.

   Es ley de vida, me repetía una y otra vez, tenía que llegar… pero es injusto. Quién firma esa ley no escrita, que dice que los humanos, según van celebrando cumpleaños, se tienen que olvidar de sus inicios y principios? Absurda e injusta sociedad que no valora el esfuerzo de la creación y la experiencia y arrincona la sabiduría en favor de la juventud.

   Olvidado y apartado de tu lado, me volví innecesario y empecé a envejecer.

   No controlo el paso del tiempo, nunca nos importaron los horarios y no me molesté en aprender ni el reloj, ni el calendario, pero han debido de transcurrir varios años, ya no te reconozco, donde esta mi pequeña niña de ojos grandes y risa contagiosa con paso rítmico?.

   Hoy entras y sales de la habitación a toda prisa, estás guardando en cajas tus libros, recuerdos, tu ropa…; se nota cierta morriña en tu cara de niña, revisas tus fotos… la habitación va quedándose vacía. Hoy te vas de casa, abandonas el nido para crear tu propio hogar.Oigo tu voz entrecortada: -ha llegado el momento, me tengo que ir-, volveré pronto, te vas despidiendo de todos y te olvidas de nuevo de mi.

   Permanezco inmóvil, no tengo aliento para gritarte no me dejes, estoy aquí…la puerta se cierra y se hace el silencio.

   Pasan varios días, semanas o meses tal vez, por la mañana se sube la persiana, por la noche se baja, perdura el silencio y la soledad. Los otros peluches se han ido, supongo que a alegrar la vida de otros niños, pero yo viejo y usado, sordo, mudo y triste no sirvo para tal fin y me voy quedando sólo.

   Un ruido me altera, será posible? Que es eso que ha sonado, el timbre de la puerta? De pronto un susurro jubiloso que dice:
-será la niña que viene a vernos?
A lo lejos oigo, mi Niña, tu voz, mi corazón empieza a latir con fuerza, me angustia -lo creía casi parado-, me reconforta tu risa, tus pasos se dirigen a la habitación, abres la puerta, vienes hacia mi, me tomas en brazos y levantando mi orejita me dices:
- cómo te he echado de menos, Mudito Nene, yo te cuidaré. Nadie impedirá que te meta en mi mochila y te lleve siempre conmigo.

No olvides nunca tu infancia, ni a quienes te la han hecho tan feliz”


Idea original: BMoneo






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